viernes, julio 29, 2011

La autonomía del arte: Bürger y Adorno

La elección de Adorno como teórico que adhiere a la concepción de Bürger no es casual. El segundo parece tenerlo muy en cuenta en su “Teoría de la vanguardia” y, si bien no coincidieron demasiado por las épocas, se puede pensar que Adorno no habría estado en desacuerdo con muchas de las afirmaciones que realiza Bürger sobre la autonomía del arte.




Primero veamos la influencia que sobre Bürger parece haber tenido la crítica o dialéctica negativa de Adorno. Afirmaciones tales como que “la autonomización del arte es un proceso contradictorio caracterizado por la adquisición de potencialidades pero también por la pérdida de otras”, o “la autonomía es una categoría ideológica en el sentido riguroso del término y combina un momento de verdad (la desvinculación del arte respecto a la praxis vital) con un momento de falsedad (la hipostatización de este hecho histórico a una 'esencia' del arte)” están a tono con la postura de Adorno, que sostiene que un concepto incluye al otro, negándolo. Él deja en claro que, más que aclarar el punto a explicar, pretende acentuar las contradicciones sin resolver ningún punto. Tal como la realidad, entonces, las ideas de Adorno serán contradictorias. Los componentes de sus ideas se niegan unos a otros, queriendo conservar una cierta tensión.


Otro aspecto a tratar es el político. Bürger declara que la autocrítica del arte todavía no puede comprobarse en base a la Historia, ya que aun cuando la institución del arte autónomo está totalmente formada, siguen actuando en su interior contenidos de cariz político que se oponen a priori a su autonomía. Y concluye diciendo que solamente cuando los contenidos pierdan su carácter político y el arte “desee simplemente su arte” se hará viable una autocrítica del subsistema social artístico.



Adorno ya había tratado estas cuestiones. Para él, la esfera del arte está politizada per se: la política le es inmanente, como inmanente le es la sociedad (cuestión que trataremos a continuación). Por eso mismo la intención de “politizar el arte” es una redundancia ya que el arte es en sí mismo político.




Respecto a la sociedad y la autonomía del arte, es de destacar el siguiente pasaje de Bürger: “La estética de la autonomía ubica al artista como un productor que se levanta contra la sociedad”. Y este otro: “El sujeto burgués, que demanda autonomía personal, se opone a la sociedad como a un objeto ajeno.” Esta línea de pensamiento se corresponde con la teoría de Adorno, para el que la obra de arte tiene un doble carácter: es un hecho social y es autónoma. ¿Cómo se explica esta dualidad?



Según él, el arte revela y exacerba las contradicciones inmanentes en la sociedad. Una separación entre la esfera artística y la extra-artística, entre la obra de arte y la sociedad, aparece como imposible: la obra literaria, al volcarse sobre sí misma, va a tratar de ella misma y de su elemento compositivo: el lenguaje. Y éste es una institución social. Por ello, la sociedad está en la obra de arte y participa de ella a través de este comportamiento material. De esta manera, el vínculo sociedad-literatura es inmanente. La sociedad es inherente a la literatura, está inseparablemente unida a ella debido al uso del lenguaje. Sin embargo, no ocurre lo mismo con la vía opuesta. La relación literatura-sociedad es negativa, ya que la funcionalidad del arte es no tener función en la sociedad. El aspecto positivo igualmente es que tiene la capacidad de resistir a esa misma sociedad que niega (recordemos la polémica suscitada hace unos años por la muestra del artista León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta). “Tiene que precisar el pensamiento cómo aparece en la obra de arte el todo de una sociedad como unidad en sí misma contradictoria; en qué límites queda la obra de arte por razón de la sociedad, y en qué rebasa esos límites”. Es decir, qué tan limitada está por el lenguaje, y en qué puede superarlo.



Retomando para encauzar sus ideas con Bürger, en la concepción de Adorno la obra de arte debe escindirse de la sociedad para hacer (y ser) una verdadera crítica, debe alcanzar su autonomía. Ésta se convierte, reiteramos, en condición de la crítica social en la obra de arte.




Aquí se hace necesario destacar dos citas, una de Bürger y la otra de Valéry, mencionada por Adorno en “El artista como lugarteniente”. Es evidente al leerlas su clara oposición:




¿Se verá un día, en lugar de ese extraño ser que utiliza instrumentos tan dependientes de la casualidad, un caballero cuidadosamente vestido de blanco, con guantes de goma, en un laboratorio de pintura, trabajando según horario estricto, disponiendo de aparatos rigurosamente especializados y de selectos instrumentos, con cada cosa en su sitio, con precisa aplicación para cada útil?...Por el momento, ciertamente, la casualidad no ha sido aún eliminada de nuestro hacer, del mismo modo que no lo ha sido el misterio en la técnica, ni la borrachera por los horarios fijos; pero no garantizo nada al respecto. Paul Válery




Así como las categorías de genio y de contemplación, el concepto de obra de arte como una totalidad orgánica se opone también al principio de la razón formal. La máquina, no el organismo, es el resultado más avanzado de la planificación racional de la producción. El hombre no es capaz de crear organismos. Considerar la obra de arte como un organismo o una totalidad orgánica, significa separarla del área de producción humana normal y asignarle un status cuasi natural. Aquí las categorías de la obra orgánica y del genio van unidas. Sólo el genio es capaz de crear objetos totalmente diferentes de los que puede producir la actividad humana racionalmente planificada. Peter Bürger





Adorno, al citar al escritor y crítico francés, parece lamentarse de la situación que debe pasar el artista. Casi seguidamente agrega: “El artista debe transformarse en instrumento, hacerse incluso cosa, si no quiere sucumbir a la maldición del anacronismo en medio de un mundo cosificado”.




Para resumir, diremos que el arte obedece a una finalidad sin fin o, mejor, que su fin es no tenerlo. Las obras de arte son mónadas, cada una es indivisible y de naturaleza distinta a la de las demás. Como tal, la obra de arte se sostiene por su negación, su autonomía radica quizás en el hecho de que puede negarse incluso a sí misma (cfr.: René Magritte "La traición de las imágenes"). En este sentido, Bürger y Adorno parecen ambos proponer casi sin querer lo que podríamos llamar (empleando su dialéctica negativa) un “arte des-artizado”.