martes, enero 16, 2007

Los instrumentos musicales electrónicos

La mayor parte de los instrumentos que escuchamos devienen de otros muy antiguos. Flautas, trompetas, arpas, tambores, cuerdas (frotadas y pulsadas) existieron en todas las culturas, con nombres y características distintas. Una lectura al Antiguo Testamento puede comprobarlo, pero también, la gran cantidad de imágenes que se conservan. Algunas excepciones son el saxofón y la celesta, que fueron inventados en el siglo XIX, por Adolphe Sax y Auguste Mustel, respectivamente.
Durante el siglo XX muchos compositores se sintieron atraídos por el timbre, y obtuvieron nuevos sonidos pidiendo instrumentos que hacía mucho tiempo no se utilizaban como la viola d’amore y el clave. Por eso, varios se sintieron también muy interesados por los nuevos instrumentos que nacieron de la mano de la electrónica. De tres de ellos se conservan grabaciones que nos permiten apreciarlos. Comencemos por el theremin.
El ruso Léon Thérémin presentó en 1920 su instrumento electrónico, al que llamó eterófono. La novedad radicaba en su timbre, pero más que nada se hizo famoso por ser el único instrumento musical que “se toca sin ser tocado”. En efecto, el músico, pues hay que saber música para interpretar melodías con él, debe mover las manos con mucha precisión sin tener contacto físico con el instrumento. Una la mueve alrededor de una antena, y otra, alrededor de un aro de metal. El theremin hace notas musicales, por eso podemos escuchar transcripciones hechas para él, principalmente de piezas conocidas, para apreciar sus posibilidades musicales. También, varios compositores escribieron especialmente obras para el theremin como solista; uno de ellos es el checoeslovaco Bohuslav Martinu.
El theremin se ha hecho famoso gracias a dos artistas de distintas generaciones: Clara Rockmore, gran difusora del instrumento al poco tiempo de ser inventado, y ya en nuestros tiempos, Lydia Kavina. Ambas han grabado sus interpretaciones en theremin. Describir en palabras el sonido de un instrumento es tan difícil como tratar de describir un color. Lo intentaremos diciendo que por momentos suena como una voz femenina o un violín, pero lo cierto es que tiene su propio timbre. Podemos ver a un “thereminista” en la película de Lucrecia Martel La niña santa, y también en La canción es la misma, la película del grupo Led Zeppelin, donde, sobre el final, se ve a su guitarrista, Jimmy Page, “tocando” el theremin, aunque solamente lo utiliza como un efecto sonoro.
El theremin fue precedido por el telharmonium, inventado aproximadamente en 1904, por el estadounidense Thaddeus Cahill. Del nada portátil instrumento (pesaba, ni más ni menos, que doscientas toneladas), lamentablemente, no hay grabaciones. Pero quedó su nombre por ser el del primer instrumento electrónico.
Un nombre parecido tiene el instrumento creado por el alemán Friedrich Trautwein: el trautonium (o trautonio), y que presentó en 1930. Aquí tenemos más variedad de timbres; podemos escuchar, además de sonidos propiamente electrónicos, timbres que evocan al clarinete, la trompeta, el órgano, el violonchelo, etc. Atrajo rápidamente la atención de Paul Hindemith, que aprendió a tocarlo y escribió obras para él, entre ellas, el Concierto para trautonium con acompañamiento de orquesta de cuerdas. Oskar Sala, también compositor, se convirtió en su principal difusor. Lo mejoró, y el resultado es el mixtur-trautonium. Gracias a Sala podemos escuchar al trautonium y el mixtur-trautonium en grabaciones de dos obras de Hindemith (una, el concierto) y otra propia, en el que combina el instrumento de su invención con cintas grabadas. También podemos escucharlo tocado por Sala en la película de Alfred Hitchcock Los pájaros. Los sonidos emitidos por las aves son en realidad sonidos provenientes del trautonium.
Más aceptación tuvieron las ondas Martenot, presentadas en 1928. Su inventor fue el francés Maurice Martenot, que las llamó ondas musicales. Pronto tuvo gran reconocimiento por la novedad de su timbre y sus posibilidades musicales. Muchos compositores, especialmente franceses, las utilizaron en obras realmente valiosas, y por eso, es el instrumento electrónico que seguramente tendremos más oportunidades de escuchar en grabaciones y en vivo. La lista de autores y obras que lo incluyen es extensa. Pero una nos llama la atención. Se llama Sicilienne de rêve, y es una de las piezas de L’album de Lilian, de Charles Koechlin. Su fascinación radica en que la obra es para ondas Martenot y clave: un instrumento del siglo XX y uno del barroco juntos, sonando simultáneamente. Koechlin crea una nueva combinación sonora, muy atrayente, uniendo instrumentos que quizá nos parezcan muy lejanos uno del otro.
El theremin, el trautonium y las ondas Martenot son instrumentos melódicos, es decir, que no pueden hacer acordes.
Actualmente existen sintetizadores y programas de computación que pueden reproducir sonidos de instrumentos, aunque siempre sus sonidos resultarán artificiales.
Pero, además, otros instrumentos electrónicos se han unido de manera muy exitosa a los instrumentos tradicionales. Basta escuchar el Concierto Suite para guitarra eléctrica y orquesta del virtuoso sueco Yngwie Malmsteen, para admirarse de la perfecta simbiosis de un instrumento que proviene del rock con un coro y una orquesta sinfónica. El guitarrista estrenó el concierto en 1998. Antes, Krzystof Penderecki ya había incluido a la guitarra eléctrica en varias de sus obras; por ejemplo, en Partita, estrenada en 1972.
Un poco más allá, había ido el grupo Deep Purple, al unirse (con cantante y todo) con una orquesta sinfónica. Su Concierto para grupo y orquesta, es de 1969. Al igual que la obra de Malmsteen, tienen fuertes reminiscencias clásicas y románticas. El concierto de Deep Purple, escrito por su tecladista John Lord junto al compositor inglés Malcolm Arnold, comienza con las exposición de los temas por la orquesta, y el grupo (los solistas), al entrar, reexpone el primero, como en los conciertos tradicionales. Como éstos, tiene tres movimientos, de los cuales el segundo es el lento. Estas obras resultarán más familiares a un amante de la música clásica que a un rockero. Ambos son una perfecta demostración de cómo dos mundos, aparentemente tan distintos, pueden lograr una armonía que beneficia a los compositores, a los amantes de la música y al arte.